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En esta foto tenías la misma edad que tengo yo ahora, y tu vida, hasta ahí, había sido mil veces mil más dura que la mía.

Y, aún así, a pesar de todo, tu capacidad de amor era tan grande, tan de verdad, que no he vuelto a sentirme tan amada desde que nos dejaste.

No puedo echarte más de menos.

Cuando te fuiste, creí haber perdido una de las mitades de mi corazón y el dolor me hizo caer en tristeza profunda; el duelo.

¡Cómo te quiero!, orgullosa de ser tu hija y heredera de tus valores y principios, todo lo que me inculcaste con tu ejemplo; luchar, no tirar la toalla, prestar ayuda cuando esté en mi mano, continuar sin importar el riego y a levantarme después de las derrotas. Pero sobre todo, me siento feliz por ser la heredera de tu legado junto a mis hermanos.

Sin embargo, debo continuar mi camino. Dos lustros son dos periódos de cinco años, cada uno de los cuales sirve como sacrificio expiatorio. Debo decirte adiós de verdad y para siempre.

Acordarme tanto de tí, ahora, tiene mucho que ver con la fiestas que se aproximan, nada más y nada menos que la Navidad, una temporada del año dedicada a la familia y a los reencuentros. Por eso, me anticipo para expresarte todo mi amor y mi gratitud, papá y confesar que cuánto más te echo de menos, más agradecida estoy por haberte conocido.

Gracias por tu amor Ángel, padre, papá. Que Dios te bendiga.

¡FELIZ NAVIDAD!

Gracias

Ana Montero del Amo http://anamonda.com

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