Hubo un momento que creí padecer «el síndrome del nido vacío». Sin embargo, consulté los síntomas en los libros y me di cuenta que no cumplía con el primer requisito: mis hijos no se habían marchado de casa. Era consciente de que más que pena, sentía liberación. Había ido sintiéndome liberada en cada etapa; ya no cambio pañales, ya se duchan solos o qué maravilla cuando te ayudan ellos a ti. Lo que echaba de menos era la sonrisa de niño en sus caritas, la expresión de sorpresa y alegría. Un niño feliz se convierte en un adulto seguro de sí mismo. Qué importante es esto, ojalá se pusiera más atención en este asunto.

Sigo echando de menos a mis niños, aunque esté tan orgullosa de mis hijos adultos. Yo no tuve una infancia feliz, así que me empeñe a fondo en conseguir que mis hijos la tuvieran. Hoy en día, contemplo el maravilloso resultado obtenido y doy gracias por haberlo conseguido. Pero sigo echando de menos sus caritas nuevas sonrientes, o los huecos en sus encías cuando perdían los dientes. Su olor, su inocencia, su pureza y tantas otras cosas más.

Qué importante es la etapa de la infancia para el resto de la vida. Ojalá se pusiera más atención en este tema.

Tu opinión es importante para mí. Por favor, escribe un comentario.

Gracias.

Ana Montero del Amo http://anamonda.com