Vacaciones, ese tiempo reservado para no hacer nada o quizá hacer todo lo que no se puede durante el resto del tiempo.

Descanso, a veces ejercicio, viajes y otras veces reposo y relax. Y cuando se puede aunar todo y se viaja, se hace ejercicio, se relaja y reposa sobre la arena de la playa, la hierba del campo o bajo el cielo de la montaña, o simplemente en un lugar distinto del habitual, bajo el cielo azul o estrellado, desconectando así de rutinas y obligaciones, las vacaciones se sienten mayúsculas. Este año he disfrutado VACACIONES DE VERANO.

Gracias por haberlo hecho posible. Gracias, sí, porque este año, 2020, en España y el resto del mundo, estamos pasando por un momento histórico sin parangón. Hemos estado confinados debido a una alarma sanitaria y a día de hoy continuamos la vida con restricciones en movilidad y roce, con otras personas.

Gracias por haber vuelto a ver el mar, paseos por la playa, un baño en agua salada, veladas varias bajo las estrellas, pero, sobre todo, gracias por haber visto a mis seres queridos aunque no hayamos podido prodigarnos en besos y abrazos. Vernos y compartir miradas y conversaciones, ha sido lo verdaderamente maravilloso después del confinamiento. Cada comida un festejo, cada sonrisa una bendición.

He vuelto recargada de sol  y amor.

Y, mientras hacía cosas que normalmente no hago, como contemplar el tamaño de un árbol, la frondosidad de su copa, el maravilloso amanecer y la increíble puesta de sol besando el horizonte, me he dado cuenta del cambio que he sufrido en mis rutinas.

Me encuentro en un desierto de incertidumbre, donde más que nunca no sé qué ocurrirá mañana, sin poder hacer los planes corrientes a medio plazo que hacía siempre, como planear la próxima comida de Navidad. No sé si la semana siguiente podré viajar o tendré que quedarme en casa de nuevo,  o si continuaré trabajo el mes que viene. Y he descubierto, que es, precisamente por eso, por este lugar en el que mi mente habita ahora, que me he quedado perpleja con situaciones en las que habitualmente no reparaba: en la naturaleza, el amor, la familia, los sentimientos, la belleza de lo cotidiano o en la duración de cualquier día.

Gracias por el don de la vida, gracias por poder ser testigo de su esplendor.

Ana Montero del Amo http://anamonda.com

De vez en cuando la vida

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